La ilusión de lo eterno y otros placeres
Desde que existe la imagen y conseguimos controlarla, en el soporte que sea, hemos estado tratando de vencer al tiempo y a la muerte con un éxito relativo, más cercano a la derrota. Aún sabiendo que no hay manera de preservar la propia conciencia dentro de la imagen, nos sometemos a la ilusión del registro y esperamos ser rescatados por la mirada de alguien del futuro, como plantea Bioy Casares en "La invención de Morel". En la novela, publicada en 1940, el inventor desarrolla una máquina con la cual condena a un grupo de hombres y mujeres registrados en el experimento, a una eternidad que no padecen ni disfrutan, una eternidad sin conciencia, vacía. Morel, con su aparato, graba una semana perfecta de las personas que lo rodean para que ese fragmento, mediante un artilugio que no necesita intervención humana para activarse, se repita en loop por siempre. La vida eterna que ofrece Morel tiene un precio brutal: someterse a una radiación letal para captar las imágenes, con una muerte lenta y sufriente, a cambio de una proyección holográfica de la que el registrado no tendrá conciencia. Los cuerpos no sienten, no recuerdan, no deciden. Se inmortaliza la apariencia. El protagonista, que es un fugitivo que no tiene nombre, llega a la isla después de estos acontecimientos y convive con las proyecciones creyendo que son personas reales, hasta que un día descubre la verdad y el secreto del funcionamiento. Obsesivamente enamorado de una mujer holografiada llamada Faustine, decide compartir con ella la ilusión de eternidad y se somete a los rayos mortales de la máquina de Morel. Ahora estará al lado de Faustine siempre y cuando alguien los mire para darle sentido a la escena, pero ellos están condenados a no saberlo y a no saberse. Quizá por todo este universo que permiten las imágenes, particularmente las de archivo, es que la obra de Gabriel Gonzalez Carreño tenga mucho que ver con Morel y con las tantas eternidades involuntarias de vidas anónimas con las que convivimos. ¿De qué archivo estamos hablando? del que el autor determina. Ese material fotográfico o fílmico que encontró de manera fortuita, en diferente tiempo y lugar, ahora constituye un archivo y las personas registradas vivirán tanto como dure la exhibición de la obra. Después, el destino será impreciso, puede que regrese a su origen inmediato anterior, es decir, la basura, o algún galpón a la espera de otras improbables resurrecciones. La ilusión de lo eterno y otros placeres es una instalación conformada por tres obras que dialogan entre sí y comparten la misma funcionalidad: la máquina y la memoria. Tres dispositivos de proyección que no solo emiten imágenes sino que se presentan como portadores de una historia material, social y simbólica. Estas obras no ilustran un contenido, activan una experiencia. Todas proyectan, todas repiten, todas insisten, todas dejan una huella efímera sobre una pared blanca.
Retratos de un desajuste
Archivos de frontera
Este dispositivo refleja la complejidad de las relaciones a principios del siglo XX en un territorio recién incorporado, una región agrícola marginal en expansión donde conviven diferentes culturas y donde no hay ninguna certeza sobre nada. Todo es volatilidad, incertidumbre y transformación. Tanto la abundancia como la miseria, el triunfo o el fracaso, están a un brazo de distancia y pueden aparecer repentinamente, ser transitorias o definitivas. Las imágenes proyectadas son la resultante de superposiciones de dos fotografías de bodas, donde las parejas pierden sus identidades, se recombinan, se hacen irreconocibles, se miran unos a otros y sin embargo no se encuentran. Son fotografías de un tiempo en que formar un matrimonio era fundar una comunidad, un territorio, un punto con nombre en el mapa. Las imágenes, que originalmente fueron tomadas por profesionales en rigurosos estudios y pensadas como evidencia, ahora derivan en otras posibles lecturas y amplían su sentido. Estas parejas pioneras en tierras que, negando toda pre existencia, aún se definían como "vacías", nos devuelven una mirada ambigua. Se cruzan sus perfiles, se disuelven sus rasgos personales, ya no se identifica claramente quién es la pareja de quién, como si quisieran advertirnos sobre la delicada fragilidad de los vínculos. La doble exposición no produce una imagen nueva, como en los retratos experimentales de Thomas Ruff, cuando buscaba crear rostros de personas que nunca existieron sumando fotografías de personas que sí existieron. Aquí, por el contrario, el recurso de la suma insinúa una zona de desajustes por la distorsión de la imagen, como cuando fallaba la máquina de Morel por la irregularidad de las mareas.
El esfuerzo y la ilusión
El dispositivo mecánico sobre el cual descansa esta obra es una bicicleta de los años 50s, un medio que no fue concebido para el ocio ni para el tiempo libre. Lejos de todo romanticismo recreativo, fue pensada para la jornada diaria, para cubrir el trayecto del obrero a su lugar de trabajo, un medio de movilidad vinculado a la subsistencia. Esta vez no lleva cuerpos, lleva signos: una imagen proyectada del billete de un dólar, pulsante, que responde directamente al esfuerzo físico de quien la mueve. El mecanismo convierte el pedaleo en electricidad, la electricidad en luz y la luz en imagen. La proyección no es regular, su intensidad varía según la energía que se le imponga al mecanismo. A mayor esfuerzo, mayor resplandor, a menor esfuerzo, menor brillo. El sistema exige involucrarse para que algo suceda, la imagen del dólar no está dada, debe ganarse, y el espectador deviene en ejecutante. El cuerpo ha sido puesto, nuevamente, al servicio de la producción, pero ahora con una recompensa cuestionable: una ilusión luminosa, una proyección que nunca se convierte en objeto tangible. La obra emite interrogantes que van más allá de su mecanismo: ¿qué sentido tiene el trabajo cuando solo produce ilusión y apariencia? ¿Qué pasa cuando el símbolo del sistema económico queda expuesto a la demostración de que la fragilidad humana es lo único que lo mantiene encendido?
La insistencia del deseo
El cuerpo proyectado
Dos proyectores analógicos de otro tiempo, recuperan imágenes clandestinas del placer. Uno, en blanco y negro, revela las primeras formas codificadas que usó el cine para mostrar el erotismo. Sutiles y hasta ingenuas hoy, pero perturbadoras si las situáramos dentro del contexto histórico y cultural en que fueron concebidas. El otro proyector despliega sus fotogramas en color producidos más acá en el tiempo, en los años 70s. Las escenas ahora son explícitas, los cuerpos desnudos ya no son una insinuación, son un documento. Ambos dispositivos, dispuestos en paralelo, actúan en simultáneo y en bucle: terminada la secuencia se reinician, como si el deseo necesitara de una repetición insistente para reafirmar su condición. Aquí vuelve a la superficie Morel. En estos cuadros sexuales, los protagonistas quedaron atrapados aunque no para siempre, solo hasta que el progresivo e inevitable deterioro del soporte fílmico lo convierta en inutilizable y el placer escenificado finalmente termine. Probablemente esos actores ya no existan, pero cada vez que el aparato se encienda, volverán a practicar un goce sin conciencia, tan rutilante y explosivo como impostado.
En esta instalación, con su conjunto de obras, González Carreño explora, a través de medios analógicos, mecánicos y con espíritu de reciclaje, las formas en que la imagen construye sentido partiendo desde el objeto que la porta. Así como aquellas latas colgantes descartadas por algún desconocido almacenero, que proyectan como linternas rudimentarias escenas de bodas en un territorio de frontera, o como una bicicleta obrera que, en su pedalear fijo lanza la imagen de un dólar inalcanzable sobre una pared, estos proyectores antiguos, con su característico ronroneo cinematográfico y su recuadro inestable, nos recuerdan que asomarse al placer ajeno dispara el deseo propio. El medio no es invisible, queda expuesto, es parte del gesto y tan fundamental en la obra como las mismas imágenes que proyectan.
Jimmy Rodríguez / curador de la muestra
La Pampa, Argentina / agosto de 2025
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